Por: Henry Manrique
Las lógicas cambian como reacción a las transformaciones de los contextos. Años atrás en Ipiales, en la normalidad aparente en la que se desenvolvía la sociedad y todo lo que incumbe a su devenir, era común que año tras año en el “pequeño pueblo de las Nubes verdes”, como lo bautizó Montalvo, se realizaran encuentros poéticos.
Era normal ver por las avenidas o visitando sitios emblemáticos como Las Lajas o El Charco, a poetas de todas las latitudes, fácilmente identificables por sus diálogos, resaltaban sus lugares de procedencia, así como su fisonomía. Poetas de África, Europa, Argentina, Brasil, Haití y de todos los países de América, eran los contertulios en la ciudad.
El Colectivo Cultural los Chasquis, o Rumichaca, en convenio con entidades culturales del departamento y del país, hacían rebotar desde sus festivales, las palabras, los versos, la poesía que desde su universalidad se vivía en nuestra ciudad.
Hoy, en medio del encierro, hemos confirmado, como ya lo expresaba Whitman en sus poemas, que solamente existe una raza: la humana. Es un confinamiento que cambia algunos esquemas mentales y a la comunidad.
Al blanco, al negro, al rico, al pobre, a todos sin excepción, nos toca restablecer nuestro universo en el hogar, en la casa, ahí están los límites, de tal manera que ha tocado reinterpretar también los recintos.
Todo se ve y se entiende diferente, podemos hacer un viaje desde el comedor hasta el dormitorio, entendemos el valor de una habitación ocupada por los libros que envejecen, y encontramos en ellos la nostalgia y el pasado, las relaciones humanas con quienes siempre estuvieron cerca se trastoca y el cariño aflora, pues esa identidad en la anormalidad del confinamiento nos da un sentido de pertenencia que antes no entendíamos, se recupera, se descubre, se arregla, se transforma. Las casas en el mañana habrán cambiado de forma en el sentido físico y espiritual, algo bueno sucederá.
Términos como virtualidad, zoom, enlace y muchas otras, hoy representan los nexos o elementos de unión con el otro, con el que está encerrado en otra patria, en cualquier país del mundo. Dijo el poeta “el hombre busca su libertad más allá de sus encierros”. Cierto, es como si la condena despertara esa necesidad de juntarse en un abrazo telemático, de ver rostros y oír voces, de dialogar o discutir, de compartir ideas, todo en una pantalla led. Es como si el mundo en su totalidad hubiera retomado la teoría medieval del mundo plano: el celular, el computador, la Tablet. El planeta está sobre una superficie lisa.
Virtualidad y Literatura
La palabra también busca en estos instantes de zozobra ese nexo con quienes tiene voz y se encuentra en lejanía. Antes era una tarea titánica lograr que un poeta de Marruecos, España, Grecia, Argentina o México pisara nuestra geografía, en el sentido en que la cultura no tiene un asidero económico y los gestores hacían malabares buscando dineros para instalarse, alimentarse, y hacer recorridos turísticos, pero lo hacían. En la actualidad y desde cierta comodidad hogareña, se puede sin muchas limitaciones hacer que converjan las voces del mundo en un lugar, en este caso, la ciudad de Ipiales.
“En la actualidad y desde cierta comodidad hogareña, se puede sin muchas limitaciones hacer que converjan las voces del mundo en un lugar, en este caso, la ciudad de las nubes verdes: Ipiales”
Antes de la cuarentena los discursos en contra de los aparatos tecnológicos pululaban en todas las instituciones, se reclamaba por la pérdida de la comunicación humana, la deshumanización, el aislamiento, y los efectos psicológicos adversos que producían en el hombre. Cosa extraña, los conceptos cambiaron y el uso de un celular o del procesador ahora, en la catástrofe, es un elemento catalizador tan indispensable, que sin su uso cotidiano sentiríamos más descarnadamente la falta de libertad.

La cultura literaria sale airosa, pues los poetas encontraron un medio más rápido y certero para expresar sus anhelos y acaso también sus odios, todo dicho en el verso. Poetizar el momento es un acto de humanidad, hacer estética en el uso de los aparatos electrónicos es un acto de confianza que se genera entre los seres humanos evadiendo las distancias. El IV Encuentro Internacional de Poetas en Confinamiento logra eso, que el mundo se congregue. Veintidós países abonaron en la voz de sus poetas sus sentimientos, setenta bates con sus verso le dijeron al orbe de sus encantamientos. Acá, como lo desearon los humanistas, hablaron en poemas y en ellos reclamaron, criticaron, compartieron y nos brindaron una interpretación del mundo como el lugar de todos. Poetas como el Israelí Ernesto Kahan -premio Nobel de paz 1985- de Palestina, Asma Al Haj de Mozambique, Lucas Lahissme Xai Xai de Holanda, Maria Eikelhof de Grecia, Giorgia Kaltszidou de España, Isable Hualde de Italia, Zingonia Zingone, y poetas de toda Latinoamé- rica, se sumaron a los colombianos, nariñenses e ipialeños Jorge Eliecer Pardo, Julio Goyes, Mauricio Chaves, María Eugenia León, May Carvajal, para darle vida virtual a la poesía.
Hay dos cosas muy especiales que advierten la grandiosidad del acto. Primero, el poder de la palabra como elemento de confraternidad, aquí desaparecieron las lenguas, ya que la poesía es un idioma universal. Segundo, la virtualidad como un elemento significativo de unión y acercamiento. Notoria la definición que los grandes semiólogos y lingüistas, casi que en un acto profético, establecieron al considerar al hombre como un ser simbólico, o sígnico, es decir el ser humano palabra. Cambian las formas, los instrumentos comunicativos, los medios, pero los autores, los creadores, el poeta, sigue incólume, son la palabra que se dice y se renueva constantemente, y ahí están los instrumentos para hacerlo: la virtualidad, los elementos tecnológicos que avanzan sin destense, quizá sean otro tipo de texto masivo, ágil y pequeño.
Es cierto el encierro, pero de alguna forma, la virtualidad es ese medio que nos ayuda a sopesar la realidad, todos estamos en el círculo del miedo y de encontrar al otro, al que está más allá, verlo, oírlo, entonar su nombre, intercambiar. Eso, y el hacerlo desde la estética, nos ayuda a soportar más las ausencias… de todo.