Por: Sandra Lombana Quiñonez
La pandemia que puso a la población mundial contra la pared, terminó favoreciendo a muchas especies en el mundo que cambiaron de lugar con los humanos: mientras ellos lograron salir y darse un respiro, el hombre permanece encerrado.
El aislamiento social les devolvió a muchas especies, su derecho de salir sin miedo a lugares que, por décadas, han sido dominados por el ser humano, pero de los que no es dueño. Delfines jugando en el mar de Cartagena, un puma caminando por las calles de Santiago de Chile y en Asturias, un oso transitando tranquilamente. Los cielos se han visto más despejados, el aire más limpio y los mares se han purificado.
La vida silvestre que por décadas se ha comercializado para el consumo humano, en jaulas apretadas y mal olientes, vio un atisbo de esperanza cuando las autoridades chinas, en mercados como los de Wuhan, obligaron su cierre. Pero no todas las especies fueron favorecidas y aquellas consideradas como medicinales para los males del ser humano, continuaron en venta. La clandestinidad les abrió espacio a los mercados de tráfico de especies y el comercio digital ahora es su aliado.
Entonces el optimismo se manifestó de nuevo. En Bogotá, se clausuraron 29 locales de venta de animales domésticos y salvajes, acabando así con el sufrimiento de cientos de especies viviendo en hacinamiento y con enfermedades. Las playas ahora gozan de un silencio victorioso. Sus aguas se aclararon y los desechos originados por el turismo han disminuido considerablemente. Algunas especies marinas volvieron a las orillas, aves sobrevolando los mares como sucedió en la Bahía de Asunción en Paraguay y cocodrilos tomando el sol tranquilamente en una playa de Oxaca, México. La naturaleza despierta y ahora sus voces se escuchan más claras.
Pero, ¿será este alivio, permanente? La respuesta dependerá del comportamiento humano, de los modelos culturales y de las políticas en tema ambiental.Desde que las actividades comerciales como las movilizaciones aéreas y terrestres se restringieron, se reportó una disminución de las emisiones de dióxido de carbono en los países afectados por el brote del nuevo coronavirus. En China, por ejemplo, un estudio realizado por el sitio web Carbon Brief, especializado en contenidos sobre el cambio climático, sugirió que las emisiones de carbono cayeron alrededor de un 25% entre los meses de febrero y marzo, en comparación con el año 2019. Lo que equivale a una reducción global del 6% de CO2. Un dato alentador, pero no con frutos duraderos.
“Es necesario que se adopten medidas individuales y estatales para minimizar el impacto negativo del regreso del hombre a su actividad fuera de casa”
Colombia por su parte, registró una mejoría en la calidad del aire de Bogotá, producto del aislamiento preventivo. Un efecto positivo para el medio ambiente, luego de que en marzo se declarara alerta amarilla por los niveles de contaminación registrados en las estaciones de medición de la calidad del aire.

Medellín también respira un aire más fresco y bueno para la salud de sus habitantes, gracias a la disminución de los gases originados por el tránsito vehicular y la operación industrial.
Las historias en redes sociales sobre el despertar del medio ambiente abundan y han sido maravillosas, en especial, para que la gente se dé cuenta de la importancia de mantener una relación de respeto y de conexión con la naturaleza. Ver la madre tierra con un alivio en sus mares, en sus suelos, en sus cielos, es una victoria con reverencia incluida para todas las formas de vida en el planeta. ¡Se la merecían, se la merecen, siempre se la merecerán!
Pero los pronósticos de expertos en materia ambiental, coinciden en que la incidencia del coronavirus sobre el planeta puede resultar transitoria y, por lo tanto, el impacto no será suficiente para contrarrestar lo que la actividad humana deja a su paso. Las medidas para afrontar la pandemia han sido oportunas para salvaguardar las vidas humanas, sin embargo, sus consecuencias en la Tierra tan solo han sido efectos colaterales. La ciencia nos sigue advirtiendo sobre las secuelas de la deforestación, del cambio climático y del uso indiscriminado del suelo. Es necesario replantear los modelos económicos a unos más sostenibles, modificar los procesos de producción y cambiar los comportamientos de consumo. Necesitamos un planeta sostenible con la cooperación global y el compromiso de todos.
No hay duda, el confinamiento social ha evidenciado con mayor claridad lo que se esconde tras el desarrollo de las ciudades: el planeta está siendo afectado por la actividad humana. La interferencia de los humanos en los ecosistemas y en las especies silvestres, ha provocado un desequilibrio en el medio ambiente y esto ha posibilitado que se desarrollen nuevos brotes de enfermedades que no solo afectan a los animales, sino también a los seres humanos.
Bien lo dijo Valeria Souza, quien dirige el Laboratorio de Ecología Evolutiva y Experimental del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México: “…somos un organismo más que está sujeto a las leyes de la ecología y la evolución. Somos parte de la naturaleza y, por lo tanto, no podemos abusar de ella. Somos parte de una red de interacciones, parte de un todo. Y es el desdén a la naturaleza lo que nos ha llevado a estos desastres”. La crisis sanitaria mundial generada por la COVID-19, le dio un respiro al medio ambiente y sin pensarlo dos veces, le entregó su pase a la libertad. Pero una libertad momentánea que, como la cenicienta, después que la hora del confinamiento haya llegado a su fin, volverá a escabullirse entre el ruido del tráfico, la contaminación de la industria y entre la agitación de la vida social.